lunes, 26 de abril de 2010

Aniversario de Vicente Aleixandre (Sevilla, 26 de abril de 1898-Madrid, 13 de diciembre de 1984)

Lectura para la exposición 25 artistas, 25 poemas, 25 años sin Vicente Aleixandre el Centro Cultural de la Generación del 27 de Málaga.

Criaturas en la aurora


(Sombra del paraíso, 1944, Vicente Aleixandre)


Vosotros conocisteis la generosa luz de la inocencia.


Entre las flores silvestres recogisteis cada mañana

el último, el pálido eco de la postrer estrella.

Bebisteis ese cristalino fulgor,

que con una mano purísima

dice adiós a los hombres

detrás de la fantástica presencia

montañosa.


Bajo el azul naciente,

entre las luces nuevas, entre los puros céfiros primeros,

que vencían a fuerza de candor a la noche,

amanecisteis cada día, porque cada día la túnica casi

húmeda

se desgarraba virginalmente para amaros,

desnuda, pura, inviolada.


Aparecisteis entre la suavidad de las laderas,

donde la hierba apacible ha recibido eternamente el beso

instantáneo de la luna.

Ojo dulce, mirada repentina para un mundo estremecido

que se siente inefable más allá de su misma apariencia.


La música de los ríos, la quietud de las alas,

esas plumas que todavía con el recuerdo del día se plegaron

para el amor como para el sueño,

entonaban su quietísimo éxtasis

bajo el mágico soplo de la luz,

luna ferviente que aparecida en el cielo

parece ignorar su efímero destino transparente.


La melancólica inclinación de los montes

no significaba el arrepentimiento terreno

ante la inevitable mutación de las horas:

era más bien la tersura, la mórbida superficie del mundo

que ofrecía su curva como un seno hechizado.



Allí vivisteis. Allí cada día presenciasteis la tierra,

la luz, el calor, el sondear lentísimo

de los rayos celestes que adivinaban las formas,

que palpaban tiernamente las laderas, los valles,

los ríos con su ya casi brillante espada solar,

acero vívido que guarda aún, sin lágrimas, la amarillez tan

íntima,

la plateada faz de la luna retenida en sus ondas.


Allí nacían cada mañana los pájaros,

sorprendentes, novísimos, vividores, celestes.

Las lenguas de la inocencia

no decían palabras:

entre las ramas de los altos álamos blancos

sonaban casi también vegetales, como el soplo en las

frondas.


¡Pájaros de la dicha inicial, que se abrían

estrenando sus alas, sin perder la gota virginal del rocío!

Las flores salpicadas, las apenas brillantes florecillas del

soto,

eran blandas, sin grito, a vuestras plantas desnudas.

Yo os vi, os presentí, cuando el perfume invisible

besaba vuestros pies, insensibles al beso.

¡No crueles: dichosos! En las cabezas desnudas

brillaban acaso las hojas iluminadas del alba.

Vuestra frente se hería, ella misma, contra los rayos dorados, recientes, de la vida,

del sol, del amor, del silencio bellísimo.


No había lluvia, pero unos dulces brazos

parecían presidir a los aires,

y vuestros cabellos sentían su hechicera presencia,

mientras decíais palabras a las que el sol naciente daba

magia de plumas.


No, no es ahora, cuando la noche va cayendo,

también con la misma dulzura pero con un levísimo vapor

de ceniza,

cuando yo correré tras vuestras sombras amadas.

Lejos están las inmarchitas horas matinales,

imagen feliz de la aurora impaciente,

tierno nacimiento de la dicha en los labios,

en los seres vivísimos que yo amé en vuestras márgenes.


El placer no tomaba el temeroso nombre de placer,

ni el turbio espesor de los bosques hendidos,

sino la embriagadora nitidez de las cañadas abiertas

donde la luz se desliza con sencillez de pájaro.


Por eso os amo, inocentes, amorosos seres mortales

de un mundo virginal que diariamente se repetía

cuando la vida sonaba en las gargantas felices

de las aves, los ríos, los aires y los hombres.

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