jueves, 14 de diciembre de 2017

                                                                           

                           FAJAS

[Publicado en Zero Grados el 12 de diciembre de 2016. Accésit Premio Carmen de Burgos 2016. Premio Ateneo-Universidad de Málaga 2017]

Fajas, velos y mordazas forman parte de un mismo campo semántico aplicado a lo femenino  

Las fajas son eso que hemos llevado las mujeres y seguimos llevando, ¿durante cuánto tiempo? No se sabe a ciencia cierta. Si tenemos en cuenta los corsés y lastres que nos moldean, una vida de mujer ―su fama o infamia― puede estirarse incluso después de muerta. Elena Garro los arrastra consigo en este momento. Ella ha sido resucitada y reducida mediante una faja que rodea su libro recién salido al mercado; un libro póstumo con un galardón inmemorial en la sobrecubierta, un memento grosero que alude a sus conexiones con hombres, sórdidas ataduras a hombres distinguidos (uno de ellos su cónyuge, un prestigioso poeta que supuestamente la maltrató). Así reza la leyenda notoria que envuelve la publicación para el centenario de su nacimiento: «Mujer de Octavio Paz, amante de Bioy Casares, inspiradora de García Márquez y admirada por Borges». La Musa siempre tiene nombre de Mujer; aunque, por desgracia, no tiene voz ni letras a mano para poder afirmar, o negar, o contarnos lo que hubiera querido. O escoger sus propias palabras para presentar su obra, por ejemplo: «En México, por el simple hecho de ser mujer, todo queda invalidado…»; o las del escritor ‘admirador’: «La Tolstói de México». Las elecciones importan. La reedición de su novela, publicada inicialmente en 1982, cuyo título nos resulta ahora mordaz y revelador, Reencuentro de personajes, ha salido a la luz lastrada, encorsetada, envuelta en una faja opresiva, como la imagen de la escritora a lo largo de los siglos veinte y veintiuno. La retirada de la cinta delatora y las disculpas inútiles de la editorial después de la presión social no alteran el alcance del denigrante blurb.

El término en plural, «fajas», significa «azotes» en germanía; por extensión, penas impuestas al género femenino desde tiempos remotos. Las palabras son hasta perversamente lógicas. El arte del azote pertenece a los hombres de mano larga, maestros de esa indulgencia mórbida con el cuerpo vulnerable del ser inferior, esclavo o solo sumiso. Algo malo habremos hecho las mujeres, no cabe duda; merecemos unos buenos azotes de cuando en cuando, oh fiera de mi niña. Cuántas enaguas levantadas y culitos femeninos en pompa para ser azotados o palmoteados a placer por malas pécoras, por viciosas, por marisabidillas, por demasiado traviesas… Cuántas representaciones humillantes en nuestro imaginario, cuántos últimos tangos en París con sabor a mantequilla rancia.

Porque al fin y al cabo no tenemos disculpa ni solución posible, seguimos siendo unas niñas malcriadas, instruidas en este patriarcado de la letra, de la palabra, de lo eterno varonil. El género en español―dicen― es masculino, pues es el neutro, el que lo abarca todo, el que va más allá de toda significación, pero además ―inciden― no importa. Humpty Dumpty le dejó muy claro a Alicia quién era el que mandaba en este diálogo desigual. Para colmo, las feministas pululamos por ahí, meras criaturas «frustradas, amargadas, rabiosas y fracasadas», como espetó con tan buen criterio popular un alcalde campechano de este país castizo no hace ni un año.

Las fechas sirven como recordatorio de lo peor. Este 11 de diciembre hace cien años que nació Elena Garro. La escritora mejicana tuvo la desgracia de haber sido una adlátere, una creadora que compartió el espacio con otros escritores que velaron sus logros. Al fin y al cabo, el velo es otra prenda indispensable en el armario de la mujer decente. Otro atavío que la oculta y la disimula. Debajo de él se pueden acumular muchos adjetivos: desequilibrada, histérica, autodestructiva, envidiosa. Y también juicios sumarísimos: su personalidad no permitía el reconocimiento, demasiada frustración. Se dice que fue la iniciadora del «realismo mágico» con su novela Los recuerdos del porvenir (1963), publicada cuatro años antes de la novela canónica de este movimiento, identificación que ella rechazó. Atrevimiento de mujer, dame el nombre exacto del fracaso de tus cosas.

Debemos estar alerta, todo muta, se transforma incesante. Aparecen nuevas fajas para nuevas políticas. Existen fajas de alta tecnología, diseño e ingeniería en prendas de control. Fajas subliminales para sujetar bien y modelar al antojo de muchos. «Vamos a organizar un evento ―cultural, por ejemplo― pero, oye, que haya mayoría de mujeres jóvenes, guapas, accesibles..., envíame unas fotitos, anda».

Fajas, velos y mordazas forman parte de un mismo campo semántico aplicado a lo femenino. No a lo masculino. Ellos no tienen ese tipo de vendas o de vendajes que les paren las lenguas o les deformen los pies. Ellos disparan sin miedo a las consecuencias, apuntan con tino y se llevan la banda del mérito sin mucho esfuerzo.

Hemos conseguido quitar la infame faja de papel del libro de Elena Garro. Pero hay que estar alerta, soltar prendas cuanto antes. No suscribamos el tópico de Lampedusa, «que todo cambie para que todo siga igual». Cuidado con la resurrección de la faja oculta, vamos a controlar nuestros armarios y sus prendas secretas. Será mejor para nosotras en el futuro que, al final, se está pareciendo demasiado al pasado. Apostemos por los recuerdos del porvenir.


martes, 28 de febrero de 2017

Fajas

Fajas: Fajas, velos y mordazas forman parte de un mismo campo semántico aplicado a lo femenino. A Elena Garro la encorsetaron en la reedición de su propio libro.

viernes, 6 de enero de 2017