domingo, 25 de octubre de 2009

Claude Cahun y la identidad



Tal día como hoy, en Nantes, en 1894, nació Claude Cahun, pseudónimo de Lucy Renée Mathilde Schwob, y murió en Saint-Hélier, Isla de Jersey, 8 de diciembre de 1954. Fue fotógrafa y escritora. Sobrina del escritor Marcel Schwob, Lucy Schwob adoptó el nombre de Claude Cahun en honor de su tío-abuelo Léon Cahun. En los años 20 se instaló en París con su pareja Suzanne Malherbe (Marcel Moore) y comenzó a publicar artículos y relatos en el periódico Mercure de France. Entre sus amistades se encontraban Henri Michaux, Pierre Morhange y Robert Desnos.
En 1929, la revista Bifur publicó una de sus fotografías. En esta misma época se unió al grupo del teatro le Plateau, animado por Pierre Albert-Birot.
El año siguiente publicó su ensayo autobiográfico Aveux non avenus (traducción aproximada: Confesiones mal avenidas), ilustrado con fotomontajes.
En la Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios, a la que se adhirió, estableció relaciones con André Breton y René Crevel, lo cual la llevó a asociarse al grupo surrealista. En 1934, publicó Les Paris sont ouverts (Los París están abiertos).
En 1935, con André Breton y Georges Bataille, participó en la fundación de la revista Contre Attaque.
En 1936, expuso en París durante la Exposición surrealista de objetos (22 al 29 de mayo) y en Londres en la Exposición Internacional Surrealistaen las galerías Burlington.
En 1937, Lise Deharme publicó el poema Le cœur de Pic (El corazón de picas), ilustrado con veinte fotografías de Claude Cahun.
Durante la Segunda Guerra Mundial se instaló en la isla de Jersey, en donde había comprado una casa unos años antes. Fue detenida por participar en acciones de la resistencia contra la ocupación nazi y estuvo a punto de ser ejecutada.

Sus autorretratos muestran una relación nada convencional con su identidad :



jueves, 15 de octubre de 2009

Elinor Ostrom

En pleno vuelo, te enteras de la noticia del compartido Premio Nobel de Economía. Tal vez no podía ser de otro modo, piensas mientras atraviesas las nubes. Cuando eres pequeña, no se te ocurre nunca que traspasarás las nubes, ni siquiera piensas que son "atravesables", todas ellas tan "algodonosas" y compactas, y así huir a lugares peores o mejores, oscuros o soleados, tanto da, al cabo siempre son deseables. Cuando eres pequeña nunca piensas en los Premios, qué son, qué significan, si son justos o qué... Una mujer gana por primera vez el Nobel de Economía, tiene que ser compartido con un hombre. Miras hacia abajo, lagos, bosques, y sí, tal vez demasiadas chimeneas... Puedes no saber qué significan los Premios, pero sabes de sobra qué significa la Economía en este mundo. Aterrizas.

lunes, 12 de octubre de 2009

Exhibición de atrocidades #5

Un equipo de aplicación de la pena capital en el Estado de Ohio fracasó en el intento de matar con una inyección letal a Romell Broom, de 53 años, el 15 de septiembre pasado. La ejecución fue suspendida por el gobernador, Ted Strickland, después de que el condenado hubiera recibido 18 pinchazos en diversas partes del cuerpo. Romell Broom, de 53 años, casi los últimos 25 de ellos esperando en el corredor de la muerte a que se cumpliera su sentencia capital- no murió el pasado 15 de septiembre en el correccional de Lucasville. Hoy, su ejecución está en suspenso mientras sus abogados preparan la vista que el próximo día 30 revisará su caso. Argumentan que un segundo intento de ejecutar a Broom violaría la garantía constitucional establecida en la octava enmienda que prohíbe un "trato cruel o inhumano". "El intento de ejecución de Romell Broom en Ohio el mes pasado por inyección letal fue una muestra de la pena de muerte en su estado más bárbaro", escribió la semana pasada The New York Times.
Otro ser humano comparte junto a Romell Broom la triste estadística de haber sobrevivido a su ejecución en Estados Unidos: Willie Francis compartió la angustiosa idea de que debería estar muerto, pero seguía respirando. Con los músculos destrozados como si le hubieran "cortado con cuchillas", Francis trastabilló los primeros pasos, pero acabó abandonando la sala de ejecuciones por su propio pie después de haber soportado una descarga de 2.500 voltios. Dos veces. "¡Quítenmela, quítenmela!", suplicó Francis a sus verdugos en referencia a la capucha de cuero que le cubría la cara y sujetaba su cabeza a la silla eléctrica. "¡No puedo respirar!", gritó tras recibir la primera descarga. "¡Se supone que no debes respirar!", dio por toda respuesta el capitán Foster tras posar una mirada incrédula sobre el condenado. A continuación aplicó una nueva descarga sobre el cuerpo de 17 años del negro condenado por asesinato.

jueves, 8 de octubre de 2009

Duodécima mujer que recibe el Premio Nobel de Literatura

La escritora Herta Müller, noveslista, poeta y ensayista, ha recibido el Premio Nobel este año. Está claro que el Premio es fundamentalmente masculino, en toda su historia lo han recibido 650 hombres frente a 31 mujeres. En literatura, la última escritora que lo recibió fue Doris Lessing en 2007. La primera mujer que ganó el prestigioso galardón fue la sueca Selman Lagerloff, en 1909 y en lengua española sólo la chilena Gabriela Mistral lo obtuvo en 1945.

Transcribo uno de los relatos de su libro El hombre es un gran faisán en el mundo, Siruela, 1992.


LA DALIA BLANCA

En plena canícula de agosto, la madre del carpintero bajó una sandía al pozo con el cubo. El pozo hacía olas en torno al cubo. El agua gorgoteaba en torno a la cáscara verde. El agua enfrió la sandía. La madre del carpintero salió al jardín con el cuchillo grande. El sendero del jardín era una acequia. La lechuga había crecido. Tenía las hojas pegadas por la leche blancuzca que se forma en los cogollos.

La madre del carpintero bajó por la acequia con el cuchillo. Allí donde empieza la valla y termina el jardín, florecía una dalia blanca. La dalia le llegaba al hombro. La madre del carpintero se pasó un buen rato oliendo los pétalos blancos. Inhalando el perfume de la dalia. Luego se frotó la frente y miró el patio.

La madre del carpintero cortó la dalia blanca con el cuchillo grande. «La sandía fue un simple pretexto», dijo el carpintero después del entierro. «La dalia fue su hado fatal.» y la vecina del carpintero dijo: «La dalia fue una visión».

«Como este verano ha sido tan seco», dijo la mujer 'del carpintero, «la dalia se llenó de pétalos blancos y enrollados. Floreció hasta alcanzar un tamaño nada común para una dalia. Y como no ha soplado viento este verano, no se deshojó. La dalia ya llevaba tiempo muerta, pero no podía marchitarse».

«Eso no se aguanta», dijo el carpintero, «no hay quien aguante algo así».

Nadie sabe qué hizo la madre del carpintero con la dalia que había cortado. No se la llevó a su casa. Ni la puso en su habitación. Ni la dejó en el jardín.

«Llegó del jardín con el cuchillo grande en la mano», dijo el carpintero. «Había algo de la dalia en sus ojos. El blanco de los ojos se le había secado.»

«Puede ser», dijo el carpintero, «que mientras esperaba la sandía hubiese deshojado la dalia. En su mano, sin dejar caer un solo pétalo a tierra. Como si el jardín fuera una habitación».

«Creo», dijo el carpintero, «que cavó un hoyo en la tierra con el cuchillo grande y enterró ahí la

dalia».

La madre del carpintero sacó el cubo del pozo ya al caer la tarde. Llevó la sandía a la mesa de la cocina. Con la punta del cuchillo perforó la cáscara verde. Luego giró el brazo describiendo un círculo con el cuchillo grande y cortó la sandía por la mitad. La sandía crujió. Fue un estertor. Había estado viva en el pozo y sobre la mesa de la cocina, hasta que sus dos mitades se separaron. La madre del carpintero abrió los ojos, pero como los tenía igual de secos que la dalia, no se le abrieron. mucho. El zumo goteaba de la hoja del cuchillo. Sus ojos pequeños y llenos de odio miraron la pulpa roja. Las pepitas negras se encabalgaban unas sobre otras como los dientes de un peine.

La madre del carpintero no cortó la sandía en rodajas. Puso las dos mitades delante de ella, y con la punta del cuchillo fue horadando la pulpa roja. «En mi vida había visto tanta avidez en un par de ojos», dijo el carpintero.

El líquido rojo empezó a gotear en la mesa de la cocina. Le goteaba a ella por las comisuras de los labios. Las gotas le chorreaban por los codos. El líquido rojo de la sandía se fue pegando al suelo.

«Mi madre nunca había tenido los dientes tan blancos y fríos», dijo el carpintero. «Mientras comía

me dijo: "No me mires así, no me mires la boca". Y escupía las pepitas negras sobre la mesa.»

«Yo desvié la mirada. No me fui de la cocina. La sandía me daba miedo», dijo el carpintero. «Luego miré por la ventana. Por la calle pasó un desconocido.

Caminaba deprisa, hablando consigo mismo. Detrás de mí, oía a mi madre perforar la pulpa con el cuchillo.

La oía masticar. Y deglutir. "Mamá", le dije sin mirada, "deja ya de comer".»

La madre del carpintero levantó la mano. «Empezó a gritar y yo la miré porque gritaba muy fuerte», dijo el carpintero. «Me amenazó con el cuchillo. "Esto no es un verano y tú no eres un hombre", chilló.

"Siento una presión en la frente. Me arden las tripas. Este verano despide el fuego de todos los años. Sólo la sandía me refresca".»