lunes, 21 de junio de 2010

Verano



[...]
Luego las gradas que suben, las gradas-de-grito que
suben
al templo
soñado del futuro; luego el trino, fuente
que para el chorro que avanza con fuerza adelanta ya
la caída
en prometedor juego... Y ante él, el verano.

No sólo las mañanas todas del verano, no sólo
cómo ellas se transforman en día, radiantes de co-
mienzo.
No sólo los días, tiernos en torno a flores, y arriba,
en torno a los árboles de forma acabada, fuertes y
enormes.
No sólo el fervor de estas fuerzas desplegadas,
no sólo los caminos, no sólo las praderas en el atar-
decer,
no sólo, después de tardía tormenta, la claridad que
respira,
no sólo el sueño que llega y un presentimiento al
atardecer...
¡sino las noches! Sino las altas del verano
noches, sino las estrellas, las estrellas de la tierra.
Oh estar muerto un día y saberlas infinitamente, a todas,
todas las estrellas: ¡pues, cómo, cómo, cómo olvi-
darlas!

(R. M. Rilke, en la versión de E. Barjau)






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