SOLANGE. —Habla, pero en voz baja.
CLARA (como un autómata). —La señora tendrá que tomar su tila.
SOLANGE (duramente). —No, no quiero.
CLARA (agarrándola por la muñeca). —Zorra, repite. La señora tendrá que tomar su tila.
SOLANGE. —La señora tendrá que tomar su tila...
CLARA. —Porque tiene que dormir...
SOLANGE. —Porque tiene que dormir...
CLARA. —Y me quedaré velándola.
SOLANGE. —Y me quedaré velándola.
CLARA (se tumba en la cama de la señora). —Repito. No me interrumpas más. ¿Me oyes? ¿Me obedeces? (SOLANGE asiente con la cabeza.) ¡Repito!, ¡mi tila!
SOLANGE (vacilando). —Pero...
CLARA. —He dicho, ¡mi tila!
SOLANGE. —Pero, señora...
CLARA. —Eso es, sigue.
SOLANGE. —Pero, señora, está fría.
CLARA. —Sin embargo, la beberé. Dámela. (SOLANGE trae la bandeja.) Y la has servido en la taza más preciosa... (Coge la taza y bebe, mientras SOLANGE, frente al público, permanece inmóvil, cruzadas las manos como si llevara esposas.)”
Jean Genet, Las criadas
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