sábado, 1 de octubre de 2011

Homenaje a Clara Campoamor y a su discurso

En 1931, Clara Campoamor es elegida diputada en las listas del Partido Radical. En este mismo año, la diputada fue fundamental para conseguir que las mujeres tuvieran derecho a voto que se aprobó el 1 de diciembre de 1931 gracias a su discurso en el Congreso el día 1 de octubre de 1931.
Por entonces, 1 de octubre de 1931, en el Congreso español sólo había tres escaños ocupados por mujeres: Victoria Kent por el Partido Radical-Socialista, Clara Campoamor por el Partido Radical, y Margarita Nelken por el Partido Socialista. De las tres, sólo Clara Campoamor defendió el sufragio femenino. Victoria Kent se opuso al voto y su oposición reflejaba la postura de la izquierda. El propio Manuel Azaña ironizó sobre el enfrentamiento verbal entre Victoria Kent y Clara Campoamor, argumentando con un viejo estereotipo consabido: que sólo había dos mujeres en la cámara (Margarita Nelken apoyó a Kent pero no pudo participar en la decisión porque no tenía aún el acta de diputada) y ni por casualidad podían ponerse de acuerdo. Ahondando aún más el autoritarismo misógino castizo, el diario La Voz, al día siguiente, ampliaba este comentario preguntándose qué pasaría entonces en España cuando hubiera cincuenta mujeres en la Cámara. El diputado izquierdista Novoa Santos, eminente clínico y patólogo, intentó justificar el voto en contra desde el punto de vista de la ciencia, asegurando que a la mujer no la dominaban la reflexión y el espíritu crítico, sino que se dejaba llevar siempre por la emoción. En la mujer, según Novoa, el histerismo no era una simple enfermedad, sino la propia estructura de su psique. El líder del PSOE, Indalecio Prieto, fue uno de los muchos socialistas que votaron en contra. Abandonó el Congreso formando un alboroto y asegurando que “se había dado una puñalada trapera a la República”. Cuando efectivamente la izquierda perdió las elecciones en 1933, la misma izquierda señaló a Clara Campoamor como culpable, a quien nunca perdonaría.
El artículo 34 del proyecto y 36 del texto definitivo fue aprobado por 161 votos a favor y 121 en contra. El resultado de la votación fue acogido con aplausos y protestas. Un diputado gritó entusiasmado: “¡Viva la República de las mujeres!”.
En aquella célebre sesión del 1 de octubre de 1931, se manejaron múltiples argumentaciones para apoyar la negativa a aprobar el voto femenino, no debería aprobarse: "hasta que las mujeres dejaran de ser retrógradas" (Álvarez Buyita, Rico), "hasta que transcurran unos años y vea la mujer los frutos de la República y la educación" (Victoria Kent) o indefinidamente, "porque las mujeres son histéricas por naturaleza" (Roberto Novoa Santos), etc. Hubo, incluso, quien propuso excluir esta cuestión de la Constitución para poder impugnar los resultados si las mujeres no votaban de acuerdo con el gobierno, como Rafael Guerra del Río; o quienes proponían reconocer el derecho a voto solamente a las mayores de 45 años "porque antes la mujer tiene reducida la voluntad y la inteligencia".
Margarita Nelken señalaría después lo siguiente respecto de la mujer y su vinculación con la Iglesia católica: “No hay una sola mujer española, católica practicante, es decir, una sola mujer que se confiese, que no haya sido interrogada por su confesor acerca de sus ideas políticas y acerca de la inclinación que ha de darles y que ha de procurar dar a las de cuantos la rodean”.

1 comentario:

CRSC dijo...

Realmente cuesta trabajo, con los ojos de hoy día, entender semejante actitud de aquellos políticos. Sin embargo,es cierto que las mujeres de la España de los años 20 y 30 estaban en su mayoría como ahora lo están las mujeres de cualquier país árabe. No habíamos vivido ninguna revolución francesa y ninguna revolución industrial, con que estábamos más bien al cabo de la calle. De igual manera, tampoco sabíamos democracia ni respeto al contrario, tal como la II República demostró con sus desmanes. Políticos ineptos y tan sólo algunas cabezas brillantes que se adelantaron a su época, como el de estas mujeres y algún que otro hombre. ç
Enfin, que menos mal que vivimos los tiempos que vivimos, porque, aunque estemos en las cavernas en algunos temas aún, al menos somos mucho más conscientes en bastantes otros.