lunes, 12 de julio de 2010

Las lágrimas de Íker


¿Por qué lo que crea a los seres vivos los crea mortales?
P. Valéry

Al principio era el rechazo: demasiados hombres juntos; demasiada testosterona; demasiadas connotaciones; demasiado narcótico del pueblo, de hombres, y de (cada vez más) mujeres; demasiado fuego a discreción…
Comenzó el Mundial, otro Mundial que empecé a ver con reticencia, a veces con fastidio, a regañadientes como acompañante, otras como diversión, otras como desliz, otras como pecado mortal... el trabajo cada vez más aparcado... horas y horas de televisión, de balón y análisis frenético.
No compartía la pasión, no, para mí no era el fútbol "los domingos por la noche la mejor de las pasiones"…, me dejaba llevar por el sabor dulzón de la victoria cada vez más cercana.

Me encontraba indolente, tibia ante la Final... Pero, poco a poco, después de alguna que otra tibia lastimada, comencé a entrar en el sistema del juego y lo vi claro como dicen que ocurre cuando ves venir la muerte: vi toda mi vida en función de aquellas peligrosas estrategias de campo; vi las relaciones peligrosas, las personalidades, los acuerdos, las tácticas, los cambios producidos en función de los jugadores; los vi sufrir y sufrí con ellos; vi su impotencia ante los abusos, su contención, que no se podían quejar por los golpes que estaban recibiendo, había que seguir, correr tras el balón sin perder tiempo porque si no lo metías en la portería ibas al cataclismo, a la ausencia de juego, al fracaso, al horror de los penaltis donde más que nunca el fútbol se parece a los juegos de azar, y éste intervendría a favor de su favorito… Porque ser tocado por ese dedo contingente no ha sido nunca el destino de esta selección, de este país al que le cuesta ganar las cosas, obtener ventajas, conseguir apoyos...

Así que, partido tras partido, nuestra roja fue acumulando sinsabores, críticas deportivas y críticas personales, todo vale en deporte y también en la vida. Lo personal es político y lo deportivo también. Lo personal y lo deportivo se confundieron con objeto de herir a la selección por el lado más débil y aislado, la portería, y la soledad del portero. Con el miedo, no sólo ante el penalti, fue acumulando las críticas y cargando como un gran capitán con ellas, críticas que venían de un lado y otro de la vieja Europa (nuevas rencillas para viejas afrentas) que ahora sacaba las armas más rastreras y personales.

La presión fue creciendo, los entrenadores analizaban el juego del contrario y contraatacaban con sus jugadores, un juego de ajedrez viviente que aceleraba el pulso y las neuronas con esa mezcla de ganas de vencer pero también deseos de excelencia humana, de que gane el mejor; porque hay una justicia poética, una poética que permite mantener relaciones metafóricas con el mundo opuestas al discurso del poder... Y, por eso, antes de tres minutos del final, antes de terminar los agónicos ciento veinte minutos, Iniesta envió un tiro certero a puerta y marcó el único gol pero el de la victoria, ese jugador clave y que apenas se atrevía a tirar a portería, tal vez llevado por estos complejos que arrastramos, tal vez por inseguridades que no sólo son femeninas…

Y después de esos minutos de júbilo (controlado a duras penas) y de exaltación, al mismo tiempo que el toque de final de partido, las lágrimas de Íker... las lágrimas reprimidas después de un mes de ataques y reveses; lágrimas de alegría pero también de rabia contenida, de coraje. Lágrimas, lágrimas y lágrimas es todo lo que podemos declarar al final, por fin desbordando ese exceso de vida tan mortal, ¿por qué es tan difícil aprender a vivir?

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