sábado, 24 de enero de 2009

Homenaje a la Sra. Poe

Como alguien demostró hace tiempo, los hombres verdaderos no están dotados para la literatura, los hombres verdaderos ni escriben ni cuentan cuentos. En el caso de la señora Poe esta afirmación está más que justificada; ahí está, era inestable, mentiroso, intuitivo, depresivo, soñador, sentimental, charlatán, en una palabra: mujer. Este mes hace dos siglos que nació est@ desgraciad@ y genial autor. Como homenaje, cuelgo un relato (¿"(peda)gótico"?,) publicado en Más humanas, que contiene una cita suya y trata de una profesora, un aula, unos estudiantes, ¿fantasmas?, ¿vampiros?, y algo más...
Más humana
Poseía una extraña cualidad fantasmagórica que apenas parecía humana”
(J.H.)
Era un viernes lluvioso y frío. Acarreaba con dificultad la cartera a través de un angosto pasillo tan crudo como el día. Mantenía el paso firme a pesar del centenar de ojos clavados como aguijones en su rostro cansado y desgastado por la agitada mañana, en su nuca aterida.
La última hora. Sí.
Al recordar el esperado descanso semanal, una satisfacción dulce brotó en su espíritu aportándole una agradable dosis de ánimo. Sin embargo, mantuvo la cabeza gacha y el cuerpo inclinado como si pretendiera huir hacia el fondo de la galería, escrutando con disimulo los grandes ventanales a través de los que podía distinguir, sin especial deleite, el brillo metálico del exterior, la llovizna imperceptible.
Entró en el aula algo menos abatida y echó un vistazo alrededor. Apresó en los pulmones todo el aire posible para lograr traspasar el recinto plagado de treinta y tres miradas enemigas dispuestas a registrar cualquier fallo de su parte, cualquier error.
Se propuso llegar al otro extremo sorteando las trincheras de pupitres estratégicamente dispuestas, trotando con tesón, intentando impresionar con inestables cabriolas al alumnado desganado y disperso. Al final, pudo alcanzar la mesa y rodearla con expresión pensativa hasta soltar la pesada cartera, que sonó hueca sobre el tablero profesoral.
Por un momento se sentó en el deteriorado sillón y se paró a recapitular: la lista del alumnado..., la firma..., ¿el tema del día sería ameno, divertido, motivador? Miró hacia abajo y las gafas resbalaron deprisa por su pequeña nariz sudorosa. Estiró la cabeza y se ajustó las lentes con ascética corrección. De improviso, una especie de pingajo grasiento se depositó en el reluciente cristal derecho. Lo apartó con disimulado asco y precaución mientras contemplaba el techo cuyas manchas parecían mirarla con desprecio. Suspiró parpadeando bajo la presión de la cubierta maculada.
Arriba, abajo. Abajo, arriba. Sus ojos maquinaban nerviosos como imágenes frutales en una tragaperras, enfilaban incontrolables las gelatinosas estalactitas encarnadas que pendían del techo. Enrojeció un poco y no dijo nada. Lo comentaré con la tutora, pensó para reanimarse intentando no mirar hacia arriba otra vez. El ruido cortante de un cartel se desprendía de la pared consiguiendo transmitirle su crispación y sacarla del ensimismamiento que se iba apoderando de ella.
Tosió. Carraspeó. Emitió un sonido suave. Aunque débil y entrecortada, la voz aún conseguía salir de su garganta. Pensó declamar una frase del Dupin de E. A. Poe en plan irónico: “El papel es una superficie plana, pero la garganta humana es cilíndrica”; pero pensó que era absurda y se levantó apresurada del sillón, se colocó en el centro del aula y comenzó la lección.
Luchó con coraje para atravesar aquellos oídos, ya sordos a los conceptos en aquella hora terminal del día, por ir un poco más allá de los remotos haces fibrosos del cerebro de los estudiantes. No hay nada imposible, se planteó con grave seriedad. Envalentonada ante su propia vehemencia, el tema comenzó a surgir fluido y ligero, incluso interesante, ¿por qué no?: La decadencia española, la disgregación, el arte intelectual, la indisciplina de las masas...
Pero, de repente, un ¡PLOF! seco y tajante paralizó su discurso. El corazón le dio un vuelco, asustado ante la advertencia de la pertinaz bolsa de gusanitos acabada y reventada sin compasión. Dirigió, como siempre, una mirada asesina al fondo de la clase mientras la España imperecedera se invertebraba entre sus neuronas exhaustas ante la deshumanizada risotada general.
Los labios estaban ya demasiado resecos, además había terminado el agua... Pero aún así, y a pesar del atentado acústico, consiguió tomar otro impulso y continuar.
Se explayó ahora con seguridad sobre “El Problema de España”, pretendiendo perforar con una pasión desmedida el alboroto cargado de crujidos de cáscaras de pipas, pompas de chicle y el creciente bullicio general. Se desgañitó, al poco, disertando sobre la consabida “Concepción Castellanocéntrica”… A esas alturas de la argumentación, “El Elitismo” y “El Pesimismo Noventayochista” se le desprendían de la boca como costras resecas, y la “Estética” presidida por la obsesión de la obra bien meditada y bien hecha parecía carcajearse como si tuviese vida propia, un musculito más en aquella exhibición de cuerpos esculpidos con biodanone.
Aprovechó entonces la ocasión para introducir el concepto de “lo dionisíaco y lo apolíneo”, sin preguntarse qué se acuñaría en un futuro lejano para explicar “aquello” que estaba observando en el aula. Pasó a la idea del “Imperativo de Selección”: la literatura para minorías se le antojaba de momento incalificable.
La garganta empezó a flaquearle. El nivel de ruido superaba con mucho a cualquier mercado de abastos, aunque el olor estancado a sacapuntas y transpiración concentrada le recordara de inmediato dónde se encontraba. Dio media vuelta para escribir en la pizarra.
Reparó perpleja en el ridículo trocito de tiza al lado del borrador. Tendría que existir alguna clave para evitar aquel olvido continuo. Se volvió con disgusto hacia el delegado con la intención de reprenderle y recordarle su obligación de procurar regularmente el ansiado recurso, imprescindible en todo acto educativo. Pero el esfuerzo se le hizo titánico cuando su vista tropezó con las extremidades gigantescas del desgarbado adolescente, despatarrado en el pupitre con cara de perdonarle la exangüe vida. Tendré que tomar más vitaminas, anotó en su cansado cerebro.
Escribió con letras mayúsculas ENSAYO y NOVELA. La tiza quedó reducida al tamaño de un grano de arroz y sus uñas desnudas rechinaron, rayando sin querer el verde desvaído del encerado. Agitó los dedos y apretó la dentadura para reprimir la irritante sensación.
Se fijó en el reloj de pulsera. Apenas quedaban trece minutos para el final de la clase. Espiró profundamente girando al mismo tiempo sobre sus talones como las propias manecillas que marcaban el tiempo. Como Ortega, también se preguntaba si la vida humana en lo que tiene de más humano no sería una obra de ficción. Espetó un “Yo soy yo y mis circunstancias” que a nadie interesó, tópico perdido en aquel océano de inopia. “Meditaciones”, “Ideas sobre la novela” o “Estudios sobre el amor” se confundieron entre la pregunta de rigor, única participación posible en aquella mañana aciaga.
- ¿Qué hora es, “profa”?
Se hizo un silencio proverbial que ella aprovechó para terminar rápidamente la explicación. Es importante, se convenció resuelta. “El Europeísmo y su denuncia del aislamiento de nuestro país”... No pudo reprimir la cita a pesar de los gestos de fastidio y la agitación: “Una raza que se muere por instinto de conservación”.
Inútil, reflexionó en voz alta. Los alumnos confirmaban con creces cualquier teoría, pensó triste y ojerosa, palpándose la garganta dolorida mientras giraba ciento ochenta grados y acercaba desconfiada la mano a la cartera mirando de soslayo.
Al fondo, sin embargo, parecía reinar cierta confusión. Una figura con larga melena pendiendo de un sinuoso torso, semidesnudo a pesar de la baja temperatura, se levantó amenazante. En su rostro desdibujado resaltaban unos labios rojos como el rubí. Alzó la mano con un lápiz de labios a modo de bandera.
Desde la otra punta del aula, su mano trémula asida con fuerza a la cartera intentaba distinguir a quien osaba hacer una pregunta en semejante momento, intentando al mismo tiempo despejar la angustiosa sensación de déjà vu.
Las malsonantes carcajadas interferían el sonido de la voz aguda que comenzó a gritar entre inmensas bocas vociferantes llenas de dientes afilados.
-Yo soy yo y tus circunstancias, profesora, ¿no lo recuerda ya? ¿No lo recuerda?... ¿...recuerda?... recuerdaaa… recuerdaaaaa...?
El eco desvaído de las palabras se perdía en el rostro juvenil que comenzó a perfilarse a través del griterío, sobresaliendo nebuloso en medio de aquella bufonada grotesca. Nítida ahora, una cara joven y radiante, de pómulos llenos y saludables, le sonreía indulgente. Entre su sonrisa benévola resaltaban brillantes, a pesar de la distancia que la separaba de ella, unos dientes tan blancos como sus globos oculares. Al principio, una alegría desmedida la embargó, pero lentamente fue sintiendo un frío desagradable cuando empezó a distinguir, entre fisonomías demacradas, un rostro extraño aunque conocido, cotidiano, familiar: su propio rostro aniñado y risueño, de un blanco sepulcral, recién maquillado para seducir a la salida de clase. Descubrió el reflejo de aquellos ojos fijos en ella misma, como irradiados del propio cristalino celeste y transparente, mirándose a su vez, buscando una imagen detrás de la que tenía delante. Los labios de la chica, simétricas dualidades, se distorsionaron en una mueca de repulsa, con un destello luminoso que el alumnado aplaudió frenético. Distinguió al momento, entre el rojo labial, unos colmillos finos y puntiagudos, unas gotas brillantes apenas perceptibles que le caían en la parte central del labio inferior. Como un corazón partido, la boca se contrajo para luego estirarse y expeler por el profundo hueco un sonido agudo y vibrante, tan penetrante como los chillidos de un amasijo de ratas dispuestas a atacar.
Sí. Sí, ya lo he dicho.
Era viernes, llovía, hacía frío. El timbre comenzó a sonar. El final de la tortuosa jornada encubría una punzada de dolor, un sabor acre en la boca, unas gotas de sangre en la barbilla, un desplome, una torpe caída… Una amalgama de ojos distraídos fue lo último que vio.

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